La simbiosis con nuestras bacterias del tubo digestivo se basa en que nosotros les ofrecemos hábitat y alimentación, mientras que ellas contribuyen a diversas funciones de nuestra fisiología.
Nos sintetizan y proporcionan nutrientes esenciales que no hemos ingerido, nos defienden de los patógenos invasores y tienen efectos tróficos sobre el sistema inmune y más allá. El hábitat que les proporcionamos dentro del tubo digestivo tiene unas características muy apreciadas por nuestros colonizadores microbianos: es un ambiente anaeróbico, tiene una temperatura constante de 37 grados, de modo que no tienen que gastar energía para mantener su temperatura, y en él abundan los sustratos nutritivos (secreciones, descamación celular, residuos de la comida). Esta última característica del hábitat intestinal es la más interesante, ya que repercute también en nuestro propio beneficio. La comida que les ofrecemos determina sus actividades metabólicas y la producción de sustancias que influyen en nuestra fisiología.
Hay algunos estudios clave que nos ayudan a comprender el impacto de la dieta sobre la microbiota intestinal. Gary Wu et al. (Science 2011) estudiaron la composición de la microbiota fecal en una cohorte de 98 norteamericanos de los que se disponía de cuestionarios de hábitos dietéticos durante los 10 años previos. Demostraron que las dietas que denominaron de tipo rural (alto proporción de alimentos vegetales) se asociaba a enterotipo 2, ecosistema microbiano intestinal en el que predomina el género Prevotella, mientras que la que denominaron dieta occidental (predominio de cárnicos y grasa animal) se asociaba a enterotipo 1, ecosistema con predominio de Bacteroides. Es interesante destacar que en el estudio de MetaHIT (Le Chatellier, Nature 2013) se identificó la asociación entre enterotipo Bacteroides y riesgo de síndrome metabólico (adiposidad corporal y resistencia a la insulina). En estos pacientes disminuye la producción de ácidos grasos de cadena corta (especialmente butirato y lactato), que contribuyen a la nutrición del epitelio, mientras que se incrementa la producción de sulfhídrico, que es irritante para el epitelio. En conjunto, empeora el equilibrio entre microbiota y mucosa intestinal y se genera una situación de inflamación de bajo grado.
Más recientemente, David et al. (Nature 2014) han comprobado que la dieta rica en productos animales con ausencia de fibras vegetales se traduce en cambios inmediatos en la microbiota, con aumento de especies proteolíticas capaces de resistir a la bilis (Bacteroides, Alistipes), incluyendo la Bilophila wadsworthia productora de sulfhídrico. En definitiva, lo que comemos tiene efectos directos en el metabolismo del consumidor, pero además hay que añadir que condiciona la composición de la microbiota intestinal y se producen efectos indirectos en la salud del consumidor, que están mediados por la actividad de la microbiota.
Lecturas recomendadas
- David LA, Maurice CF, Carmody RN et al. Diet rapidly and reproducibly alters the human gut microbiome. Nature 2014; 505(7484): 559-63.
- Le Chatelier E, Nielsen T, Qin J et al. Richness of human gut microbiome correlates with metabolic markers. Nature 2013; 500(7464): 541-6.
- Wu GD, Chen J, Hoffmann C et al. Linking long-term dietary patterns with gut microbial enterotypes. Science 2011; 334(6052): 105-8.