A finales de junio de 2020, el coronavirus de tipo 2 causante del síndrome respiratorio agudo severo había infectado personas y causado muertes en los cinco continentes1. Su rápida expansión mundial provocó la pandemia de COVID-19. Este virus, cuya viabilidad fuera del cuerpo humano cae drásticamente en pocas horas, se transmite de una persona a otra mediante las gotas de saliva expulsadas a través de la tos, o al gritar, hablar o incluso respirar. Su gran ventaja biológica es que utiliza como puerta de entrada la ACE2 (Angiotensin-Converting Enzyme 2), enzima expresada en la membrana de las células epiteliales del tracto intestinal, alveolos pulmonares, endotelio, riñones, etc.2. Su condición de virus patógeno hace que la transmisión sea fácilmente reconocible por la sintomatología que causa en la persona infectada y, además, porque disponemos de técnicas específicas para su detección.
¿Se distribuiría de igual modo por todo el mundo un microorganismo beneficioso? Es más fácil detectar la presencia de un criminal por sus efectos deletéreos en la comunidad que la de un honrado ciudadano que cumple sus funciones cada día. La enfermedad delata la presencia del SARS-Cov-2 y, además, su capacidad de unirse a la ACE2 humana le confiere claras ventajas competitivas sobre otros miembros del ecosistema microbiano. Cabría pensar que un microorganismo beneficioso no tiene posibilidades de expandirse con tanto éxito.
La transmisión vertical y horizontal de la microbiota desde el primer día de vida es una evidencia de hecho, pero sabemos relativamente poco sobre cómo ocurre. Un estudio observó que más de la mitad de las bacterias que se encuentran en la palma de las manos suelen ser de origen fecal u oral, y pueden proceder de la misma persona o de otros miembros del núcleo familiar, ya que técnicamente es posible demostrar de quien provienen3.
El Prof. Dusko Ehrlich (París) ha presentado nuevos datos en el 8º Congreso del International Human Microbiome Consortium (junio de 2021). Analizando muestras de saliva y de heces de los mismos individuos (695 personas de Europa, Estados Unidos y China) se identificaron 2.545 especies distintas, de las cuales 1.139 estaban presentes en los dos nichos, la cavidad oral y el intestino. De ellas, 440 especies se consideraron propias de la boca por estar presentes en la cavidad oral del 85% de los individuos. Con el mismo criterio, 541 especies se consideraron propias de la microbiota intestinal, y las 158 restantes no pudieron asignarse (muchas de éstas eran propias de la piel o de alimentos fermentados).
No es difícil entender que se detecten microorganismos orales en las heces (el tránsito intestinal lo explica), pero ¿cómo llegan las bacterias intestinales a la boca? El estudio observó que había especies de tipo intestinal que estaban en la saliva y se detectaban también en las heces del mismo individuo. Pero había otras especies de tipo intestinal que estaban en la saliva, pero no en las heces. Utilizando instrumentos bioinformáticos adecuados para diferenciar genomas a nivel de cepa (MGnify), pudo concluirse que un porcentaje variable pero elevado (a veces hasta el 100%) de las bacterias de tipo intestinal que se encuentran en la saliva proceden de otro individuo.
Se abren así muchas posibles vías de transmisión del microbioma: del intestino a la piel y las manos, de las manos a la boca o por contacto a otros individuos, de la boca por contacto o aerosoles a otros individuos. La boca, aunque es fuente de contagios infecciosos ocasionales, es también la puerta de entrada habitual para el enriquecimiento del microbioma intestinal.
Bibliografía
- The Economist. Tracking covid-19 across the world. https://www.economist.com/graphic-detail/tracking-coronavirus-across-the-world.
- Vabret N, Britton GJ, Gruber C, Hegde S, Kim J, Kuksin M, et al. Immunology of COVID-19: Current State of the Science. Immunity. 2020; 52(6): 910-41.
- Shaffer M, Lozupone C. Prevalence and Source of Fecal and Oral Bacteria on Infant, Child, and Adult Hands. mSystems. 2018; 3(1): 1-12.