Algunos estudios científicos inciden en que los microorganismos no tienen que estar vivos para ejercer efectos fisiológicos potencialmente beneficiosos. Aunque eso es rigurosamente cierto, ¿deberíamos catalogar a esos microorganismos muertos como “probióticos”?
¿Desde cuándo se conocen?
La existencia de microorganismos que pueden ejercer un efecto beneficioso en nuestra salud se conoce desde hace siglos. Ya en el Antiguo Testamento se menciona que Abraham debía su longevidad al consumo de leche agria y el historiador romano Plinio recomendaba la administración de leches fermentadas para el tratamiento de las gastroenteritis.
Los estudios de probióticos basados en evidencia científica no surgen hasta finales del siglo XIX. Los trabajos pioneros de William Underwood, del Instituto Tecnológico de Massachusetts, en los que destaca la existencia de gérmenes útiles sin los que no podríamos existir, o los estudios sobre la microbiota intestinal infantil de Theodor Escherich en el Instituto Patológico de Viena, sentaron las bases para que otros investigadores, a lo largo del siglo XX, profundizasen en el estudio de estos microorganismos.
Entre ellos destaca Élie Metchnikoff, considerado por muchos como el padre de los probióticos, quien a principios del siglo XX dirigió su atención hacia los habitantes de las regiones balcánicas, donde existía una elevada longevidad, comprobando que eran grandes consumidores de leches fermentadas que contenían lactobacilos. Una excelente revisión histórica sobre probióticos se puede consultar en el libro “Probióticos, prebióticos y salud: Evidencia científica” (ISBN: 9788416732098).
Concepto de probiótico
Las primeras definiciones de probiótico de las que se tiene referencia surgen en los años sesenta del siglo pasado. Fue en 1965 cuando Lilly y Stillwell definieron a los probióticos como “factores producidos por microorganismos que promueven el crecimiento de otros microorganismos”. Posteriormente pueden citarse otras definiciones que han tenido cierta aceptación entre la comunidad científica, como se refleja en la tabla 1. Para una revisión histórica del término probiótico, aconsejamos consultar la referencia bibliográfica 2.
Documentos de consenso
Tras varios años persiguiendo una definición que aglutinase un amplio consenso de la comunidad científica, a principios de la pasada década la FAO y la OMS convocaron a un grupo de expertos internacionales que definieron a los probióticos como microorganismos vivos que administrados en cantidades adecuadas confieren un beneficio a la salud del hospedador.
Esta definición se encuentra ampliamente aceptada entre los investigadores que trabajan en el campo de los microorganismos probióticos y algunas sociedades científicas, como la Sociedad Española de Probióticos y Prebióticos (SEPyP) y la International Scientific Association of Probiotics and Prebiotics (ISAPP), han publicado documentos de consenso o artículos científicos en los que apoyan el uso de esta definición.
Además, la SEPyP, en sus declaraciones consensuadas sobre “Probióticos y Salud. Evidencia Científica” también indica que las sustancias “constituyentes de” o “producidas por” microorganismos no deben considerarse probióticos aun cuando tengan efectos biológicos saludables.
¿Probióticos muertos?
A pesar del amplio consenso generado en torno a esta definición, algunos estudios científicos inciden en que los microorganismos no tienen que estar vivos para ejercer efectos fisiológicos potencialmente beneficiosos, sobre todo los relacionados con la estimulación del sistema inmune, y que algunas fracciones o extractos celulares pueden ser los responsables de dichos efectos. Esto es rigurosamente cierto y algunos trabajos científicos han demostrado, por ejemplo, que lactobacilos muertos son capaces de estimular el sistema inmune o que fracciones de la membrana celular son las responsables del efecto inmunomodulador de algunas cepas de bifidobacterias.
No obstante, es obvio que el uso de microorganismos muertos o de fracciones celulares no permite aprovecharse de las posibles actividades beneficiosas derivadas del metabolismo de estos microorganismos. En todo caso, estos microorganismos muertos, fracciones o extractos celulares o incluso moléculas bacterianas concretas no pueden considerarse probióticos ni deberían catalogarse como tales. Así que intentemos llamarlos de otra forma.
Bibliografía recomendada
- Rodríguez JM. Historia de los probióticos. En: Probióticos, prebióticos y salud: Evidencia científica. Editorial Ergon, 2016. ISBN: 9788416732098.
- Sánchez B, Delgado S, Blanco-Míguez A, Lourenço A, Gueimonde M, Margolles A. Probiotics, gut microbiota, and their influence on host health and disease. Mol Nutr Food Res. 2017 (doi: 10.1002/mnfr.201600240).
- http://www.fao.org/3/a-a0512e.pdf
- http://www.sepyp.es/pdf/Documento-de-Consenso-sobre-Probioticos.pdf
- Hill C, Guarner F, Reid G, Gibson GR, Merenstein DJ, Pot B, Morelli L, Canani RB, Flint HJ, Salminen S, Calder PC, Sanders ME. Expert consensus document. The International Scientific Association for Probiotics and Prebiotics consensus statement on the scope and appropriate use of the term probiotic. Nat Rev Gastroenterol Hepatol. 2014; 11: 506-14.
- Van Baarlen P, Troost FJ, van Hemert S, van der Meer C, de Vos WM, de Groot PJ, Hooiveld GJ, Brummer RJ, Kleerebezem M. Differential NF-kappaB pathways induction by Lactobacillus plantarum in the duodenum of healthy humans correlating with immune tolerance. Proc Natl Acad Sci USA. 2009; 106: 2371-6.
- López P, González-Rodríguez I, Sánchez B, Gueimonde M, Margolles A, Suárez A. Treg-inducing membrane vesicles from Bifidobacterium bifidum LMG13195 as potential adjuvants in immunotherapy. Vaccine. 2012; 30: 825-9.