Acompáñanos en este recorrido por la historia del universo desde el Big Bang para ver con perspectiva la aparición de las bacterias y la nuestra propia.
El 17 de marzo de 2014, astrónomos en el Harvard-Smithsonian Center for Astrophysics anunciaron la detección de ondas gravitacionales primordiales, proporcionando una fuerte evidencia del Big Bang, un período explosivo conocido como la inflación cósmica, en el que el universo se expandió espacialmente trillones de veces en un abrir y cerrar de ojos. En otras palabras, los instrumentos científicos han conseguido «oír» los vestigios de esta gigantesca explosión primigenia, que ocurrió hace 13.700 millones de años.
Figura generada por la NASA y publicada en Wikipedia, con permiso para su reproducción en medios.
Siguiendo con el calendario, las estrellas y galaxias aparecen mucho más tarde (figura), concretamente, el origen del sistema solar data de hace unos 4.570 millones de años, que es también la edad del planeta Tierra. Es asombroso que las primeras señales de vida sobre la Tierra se sitúen sólo mil millones de años después (hace unos 3.600 millones de años), y no hay vida en la Luna, que se formó a partir de la Tierra muy al principio. Los primeros vestigios de vida en la Tierra consisten en microfósiles de cianobacterias, una clase de bacterias que sigue siendo aún hoy muy abundante en el planeta, ya que son un componente principal del plancton marino y de los ecosistemas microbianos de aguas dulces.
Las bacterias son formas de vida muy ágiles desde el punto de vista genético, ya que tienen facilidad para intercambiar sus recursos genéticos y no arrastran genes inservibles o inútiles. Aunque la célula bacteriana individual tenga pocos recursos genéticos propios, su integración en comunidades multiespecie y la plasticidad de su genoma hacen que el conjunto tenga gran capacidad de adaptación a los cambios ambientales y de supervivencia en entornos biológicamente difíciles. No ocurre lo mismo con las células eucariotas, que aparecen muchísimo después (hace 1.500 millones de años) y tienen un núcleo que acumula gran cantidad de genes, muy protegidos pero con menos plasticidad para adaptarse a cambios.
Las plantas y los animales vertebrados son formas de vida de los últimos 500 millones de años, que están y siempre han estado colonizados por bacterias y otros microorganismos. Curiosamente, la colonización microbiana aporta recursos genéticos que no están acumulados en el genoma de esos “seres superiores”, como por ejemplo, las celulasas necesarias para hidrolizar fibras vegetales, que resultan imprescindibles para la nutrición de los animales herbívoros. Bacterias y levaduras en el rumen de los grandes herbívoros constituyen un órgano esencial para su alimentación.
El mundo microbiano está en el origen de la vida en nuestro planeta y contribuye de modo importante a mantener las condiciones de vida (atmósfera, reciclaje de materia, simbiosis, etc.). No podemos ignorar que hay algunas especies bacterianas peligrosas, que causan enfermedad y muerte, pero la inmensa mayoría del mundo microbiano está integrada en el ecosistema favoreciendo la vida de todos. Los animales hemos desarrollado ancestralmente un sistema inmunitario que nos permite distinguir y responder de forma diferenciada a microorganismos amigos o enemigos. Nos falta, pues, reconocer y disfrutar los beneficios que nos proporcionan los microorganismos amigos.